En este nuevo álbum, Virginia Constantine busca encontrar lo que es verdaderamente su ADN: un jazz que no es elitista y un pop que no es simplista. Un puente entre dos mundos que corresponde a su cultura y sus deseos. Tiende a acercarse a aquellos artistas que, en el pasado, supieron tomar ese camino que hoy podría calificarse de crossover. Rickie Lee Jones o Norah Jones son algunos de esos artistas que anteponen la emoción cruda a la técnica, que con una voz marcada por el jazz consiguen cantar canciones pop, folk o rock con una naturalidad desconcertante. Esta es la obviedad de la que se alimenta Virginia Constantine. La fusión de estilos no la asusta mientras mantenga el suyo. Con su inimitable swing y su voz profunda y aterciopelada, todo parece fácil para esta niña del balón, inmersa en la música desde su nacimiento. Aparte de tres versiones, las canciones son originales. Virginia Constantine ha vuelto a la mesa de dibujo cientos de veces, cincelando las letras y la música para llegar a este álbum puro y simple.
Para ayudarla a dar los últimos toques a este álbum, recurrió a los servicios del productor y arreglista Frank Eulry, cuya experiencia anterior demuestra su capacidad para asimilar diferentes estilos musicales. En este álbum, el Pop y el Jazz conviven perfectamente porque el tratamiento de la música y el sonido es armonioso y relajante. Sublimar la voz y transmitir toda su emoción era la prioridad absoluta y el reto permanente de estas grabaciones.
Los arreglos dan protagonismo a los sonidos acústicos, las cuerdas y los metales, permitiendo a los músicos expresar su excelencia. Por último, la elección de Hubert Salou, un amante del « bello sonido », para grabar y mezclar este álbum parecía una elección obvia. Al igual que Frank Eulry, su formación y sus gustos sólo podían servir para un proyecto así. En una época en la que las máquinas sustituyen a menudo a los hombres, esta nueva obra de Virginia Constantine supone el retorno a lo humano, a la emoción, a la verdad.
Revisión disponible en Nightfall.